Aunque se celebró por primera vez el 19 de marzo de 1911 en Austria, Dinamarca y Suiza, el Día Internacional de la Mujer fue propuesto un año antes por la militante socialista alemana Clara Zetkin, en el VIII Congreso de la II Internacional Comunista, que se realizó en Copenhage (Dinamarca). Zetkin propuso que se rindiera homenaje a las luchas de las mujeres trabajadoras.
En reconociminto a las obreras textileras de Nueva York, que llevaban más de 50 años librando un dura lucha contra la explotación, se planteó que el 8 de marzo fuera desde entonces una jornada de protesta en todos los países.
Inmigrantes pobres en su gran mayoría, aquellas mujeres debían trabajar jornadas de 14 horas diarias para ganarse como máximo 2 dólares. El 8 de marzo de 1857 se declararon en huelga por las brutales condiciones de trabajo a las que eran sometidas y fueron reprimidas furiosamente. Las luchas no cesaron. En 1903 comenzó a afianzarse la participación femenina en los sindicatos, lo que le dio mayor empuje a la lucha por el derecho al voto. Fueron las sufragistas, en efecto, quienes instauraron en EE.UU. el Día de la Mujer en 1908.
Lo cierto es que las mujeres llevaban años de intensa actividad de protesta y reclamos no sólo por los salarios sino por las inseguras condiciones de trabajo de las mujeres, que, literalmente, en muchos casos les costaba la vida.
El día más funesto de esa historia de explotación fue el sábado 25 de sábado marzo de 1911. La tarde de ese día -una semana después de celebrase el primer Día Internacional de la Mujer– se produjo un incendio en la Fábrica de Blusas Triángulo (Triangle Shirtwaist Factory) de Nueva York, que empleaba a mujeres pobres -la mayoría inmigrantes- de entre 16 y 23 años de edad.
Para evitar que las activistas pro derechos laborales ingresaran a los talleres, los dueños de la textilera había cerrado con candado todas las salidas y las escaleras. Al no poder huir, las obreras quedaron atrapadas entre los pisos 6 y 9 del edificio.
Muchas se arrojaron envueltas en llamas por las ventanas. A partir de entonces, se decidió tomar el último domingo de febrero para conmemorar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
El 2 de abril de ese año, en el Metropolitan Opera House, en Manhattan, se realizó un acto en honor a estas mártires. Liderado por la obrera Rose Schneiderman.
“Yo sería una traidora a estos pobres cuerpos quemados si viniera aquí a hablar de compañerismo. Los hemos tratado de buena gente y esto es lo que hemos encontrado. La antigua Inquisición tuvo su parrilla y sus tornillos y sus instrumentos de tortura con dientes de hierro.
Esta no es la primera vez que las niñas han sido quemadas vivas en la ciudad. Cada semana tengo que saber de la prematura muerte de mis hermanas trabajadoras.
Cada año, miles de nosotras mutiladas. La vida de los hombres y mujeres es tan barata y la propiedad es tan sagrada. Hay tantos de nosotros [esperando] por un puesto de trabajo, que poco importa si 146 de nosotros se queman hasta la muerte.
Nosotros los tratamos a ustedes de ciudadanos y ustedes les dan un par de dólares a las adoloridas madres, por caridad (…). Yo no puedo hablarles de compañerismo a quienes están aquí reunidos (…) Sé por experiencia que la gente trabaja para salvarse. ¡La única manera de salvarse es un fuerte movimiento de la clase trabajadora!”.